Por: Â MarÃa Luisa Martell Contreras Maestra en AntropologÃa Sociocultural
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Una de las celebraciones más importantes en nuestro paÃs y que actualmente forma parte de nuestra identidad como mexicanos es, el DÃa de muertos. Esta fecha para muchos de nosotros es muy emotiva y llena de simbolismos pues, a través de los altares que se colocan en las casas, adornados con flores de cempasúchil (sempoalli, veinte y xochitl, flor), papel picado de colores, veladoras, cruces, imágenes de santos, copal, frutas, calaveritas de azúcar, alimentos y bebidas acorde a los gustos y preferencias de los seres queridos a los que dedicamos estas ofrendas (y de quiénes también colocamos sus fotografÃas); los recordamos y sentimos que de nueva cuenta se encuentran en este espacio en convivencia, acompañándonos.
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El dÃa de muertos también es conocido como el dÃa de los fieles difuntos y, aunque en la actualidad para muchas personas resulta algo indistinto, esta tradición que festejamos en el mes de noviembre es el resultado de la combinación de distintos elementos culturales, tanto mesoamericanos como europeos. La muerte, fue un concepto importante para los grupos indÃgenas mesoamericanos.
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Desde el periodo preclásico, considerado uno de los más antiguos en Mesoamérica, la muerte formó parte de los rituales simbólicos y ceremoniales de sus habitantes e incluso, era considerada como un paso obligado para un camino nuevo. Dicho en pocas palabras, la muerte era, no solamente parte de la vida, sino la vida misma.
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Las sociedades mesoamericanas al ser sociedades principalmente agrÃcolas, ponÃan especial atención en mantener el equilibrio entre los elementos de la naturaleza y sus necesidades básicas humanas de alimentación y supervivencia. De ahà que fuera de vital relevancia, realizar ofrendas dedicadas a las deidades que se encargaban de que su mundo permaneciera en balance. Ofrendar a los dioses de la muerte estaba relacionado con el ciclo agrÃcola. De tal manera que, la siembra, la cosecha, la recolección y la temporada de secas; estaban asociadas al ciclo de la vida y la muerte.
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En este sentido, la muerte de una persona significaba un acto de reciprocidad a los dioses, a quiénes se les entregaba su cuerpo y su energÃa, retribuyéndoles de esta manera todos los bienes recibidos en esta vida. En la cosmovisión (forma en que se interpreta la realidad, de acuerdo la cultura y creencias de un grupo social) de estas sociedades, el alma de las personas muertas regresaba al monte sagrado y en ese trayecto se iba purificando hasta convertirse en una esencia nueva que pertenecerÃa a otro ser humano. Ya fuera el Mictlán para los nahuas o Xibalba para los mayas, las almas de las personas que habÃan muerto por causas comunes, debÃan de transitar por los nueve niveles del inframundo.
En este trayecto estarÃan acompañados de un perro y cada uno de estos niveles supondrÃan una serie de obstáculos que debÃan pasar, para poder llegar al final del camino. Materialmente hablando, en las excavaciones arqueológicas, se pueden encontrar los objetos (ollas, artefactos, obsidiana, piedras preciosas y en el caso de personas de la nobleza) que a manera de ofrenda eran enterrados junto con el cuerpo del difunto pues, acorde a las creencias de estos grupos, les servirÃan a las almas para cruzar el rÃo que les permitirÃa llegar al lugar en donde debÃan habitar, por la manera en que habÃan muerto.
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La idea de purificar el alma o la esencia es un rasgo en común que compartieron tanto las culturas mesoamericanas como las europeas, en especÃfico, los grupos de españoles que llegaron durante la conquista y, la celebración del DÃa de los fieles difuntos, es un ejemplo de ello. Este dÃa estaba dedicado a las almas que se encontraban en el purgatorio (definido como un estado transitorio de purificación y expiación del alma después de la muerte), del cual solo podÃan salir a través de las oraciones de los creyentes.
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 En los altares se colocaban pan de trigo, veladoras, lámparas de aceite, asà como sal y agua, para el trayecto. Actualmente esta creencia pervive en muchas personas, razón por la que, en ese dÃa, oran y piden perdón por los fallecidos. Algunas otras solamente, pasan el rato junto a los altares preparados para sus familiares bajo la idea de que sus almas llegan y los visitan. Asà como en la época prehispánica se realizaban ofrendas que contenÃan objetos personales del difunto, ahora podemos observar en cada una de las propuestas de altares familiares, comida y bebidas que degustaban en vida y que varÃan con base a los gustos y particularidades de cada lugar; incluso también pueden observarse productos alimenticios modernos, dulces, cigarros y bebidas embriagantes.
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De una manera u otra, la celebración del dÃa de muertos que aún conserva la esencia de un origen basado en dos culturas distintas, es una tradición dinámica que va incorporando elementos actuales y de la vida cotidiana, sin perder de vista que forma parte de nuestra identidad y, es una tradición que a diferencia de muchas otras se sigue preservando, enriqueciendo y trasmitiendo a las nuevas generaciones.
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