A lo largo de más de 26 años de investigación en el ámbito de la Arqueología y la Antropología he tenido la oportunidad de recorrer y estar en distintos lugares, tanto en mi ciudad y país natal como, en otros países. Esto es algo que de manera obligada sí o sí, se tiene que vivir como parte de estas disciplinas.
Esta profesión me ha permitido realizar hallazgos de cosas que desde la parte histórica resultan interesantes. Una de estas experiencias y que viví aquí en Córdoba, sucedió a mediados del 2008. Todo ocurrió durante una de las temporadas de trabajo en la zona arqueológica de Toxpan cuando, uno de los días en los que solíamos hacer recorridos fuera del sitio; el arqueólogo Jorge Ceja y yo, comenzamos a caminar por las inmediaciones de la zona, en un área cercana al río.
En una parte de nuestro trayecto nos llamó la atención un cúmulo de tierra que destacaba en medio de la maleza y, nos acercamos a observar de manera más detallada qué es lo que había. En una primera instancia lo que pudimos ver era que se trataba de una zona como de “desechos” que, dadas las características de la tierra y la hierba que la cubría, parecería ya tener mucho tiempo ahí.
Cuando comenzamos a ver con detenimiento lo que allí se encontraba pudimos observar que había botellas de vidrio de diversos tamaños y colores (junto con algunos bivalvos o conchas, como suelen llamarlos), algunas de las cuales daban la idea de haber contenido algún tipo de “medicina” (por su forma y características físicas), además de ser antiguas. Seleccionamos las mejor conservadas, que por cierto estaban cubiertas de tierra y las guardamos en una bolsa.
Recientemente y después de casi quince años, me topé de nueva cuenta con esa bolsa, así que saqué las botellas que habíamos guardado, se limpiaron y, al retirarles por completo el lodo pegado, una de ellas atrajo nuestra atención, no sólo por su manufactura (pues parecía haber sido elaborada a través de la técnica de vidrio soplado), sino porque tenía una leyenda en alemán sobre su superficie: “Die keisserliche privilecirt alt onatiche wkronessents” (“La penetrante y privilegiada esencia de Altona”. Traducción aproximada del alemán). Estas dos características nos llevaron a buscar datos e información que pudieran decirnos qué es lo que teníamos entre las manos.
Después de un rato de rastrear elementos que pudieran ayudar a su identificación, nos llevamos la sorpresa de que esta pequeña botella con el cuello roto era un ejemplar que contenía un “elixir maravilloso”, manufacturado en Alemania a mediados del siglo XVIII.
De acuerdo a lo que señala la página del Museo Histórico de Hamburgo (Stiftung Historische Museen Hamburg-Altonaer Museum) esta botella contenía una “esencia milagrosa” elaborada por Johann Peter Menadier, la cual curaba cerca de treinta enfermedades.
Como dato adicional se encontró que existen cuatro ejemplares reportados en el mundo, uno en Estados Unidos (Nueva York), uno en África (Sudáfrica) y dos en Alemania (Hamburgo); de las cuales uno fue hallado en un entierro. Otro dato que se menciona es que esta esencia se estuvo produciendo entre 1757 y 1930, incluso, dos ejemplares se encuentran en Alemania, expuestos en el museo anteriormente citado.
En este sentido, creo que es importante destacar que la Arqueología es una disciplina en la que se pueden aplicar diversas metodologías que, no sólo nos ayudan a entender el pasado prehispánico, sino de igual forma, nos ayuda a comprender las dinámicas de vida social y cotidiana de épocas pasadas; incluyendo aquellas que no son tan remotas.
Un claro ejemplo del uso de estas herramientas de investigación es la propuesta del arqueólogo William Rathje, quién desarrolló una aproximación novedosa en los años noventa en Estados Unidos, la “Arqueología de la basura”; a través de la cual pudo observar y estudiar cuáles eran los hábitos de consumo de la población norteamericana al revisar lo que tiraban en los contenedores domésticos.
Así que, a través de esta experiencia que les he compartido podemos darnos cuenta que incluso entre las cosas que algunas personas desechan, hay historia y, en este caso, podemos conocer un pedacito de la historia que Córdoba guarda. Ahora, nos quedamos con algunas interrogantes qué resolver ¿cómo es que esta pequeña botella llegó hasta ese lugar? ¿a quién perteneció? ¿existieron más ejemplares? ¿qué otras medicinas de ese tipo se comercializaron aquí?
Por el momento esta pequeña botella se encuentra en espera de que se descubran más cosas acerca de ella y, de que puedan contarse historias sobre los objetos que la acompañaban; historias que nos puedan acercar a la vida cotidiana de la cual formaron parte y de la que, con el paso del tiempo, ha ido borrándose con el paso del tiempo.
Vista de objeto único | Museos Schleswig - Holstein y Hamburgo (museen-nord.de)
http://www.museen-nord.de/Objekt/DE-MUS-058811/lido/alt-e00168166